sábado, mayo 16, 2009

Estados Unidos despliega la diplomacia musical a las zonas en guerra


El título de la referencia no es nada nuevo. Ya en la Segunda Guerra Mundial, fue Glenn Miller quien oficialmente llevó esta misión, y algunos otros grandes músicos en forma menos oficial como Duke Ellington y su orquesta que también tomaron parte entreteniendo a los militares americanos en varios campamentos, bases y centros de entrenamiento como el Bainbridge Naval Training Center, en Maryland; y Artie Shaw quien formó una banda en la marina, entre otros. Pero el pionero fue el teniente James Reese Europe (1881-1919) quien en la Primera Guerra Mundial se alistó como un “ejército privado” ayudando a formar una banda militar como una unidad de combate (la 369th. U.S. Infantry “Hell Fighters” Band). En 1918 esta banda fue la primera unidad afronorteamericana en entrar en Francia. Tras introducir el jazz fuera de sus fronteras, Europe y su banda regresaron a Nueva York en 1919 para empezar una gira por los Estados Unidos. En la noche del concierto final Europe fue apuñalado y muerto por Herbert Wright, su baterista. Aunque su carrera terminó abruptamente, Europe dejó una impresión indeleble en la temprana música jazz. Notablemente, al día siguiente de su asesinato, los periódicos anunciaban “El Rey del Jazz ha muerto”. Europe fue enterrado con honores militares en el cementerio nacional de Arlington.

Posteriormente, en los años sesentas los embajadores oficiales designados fueron Benny Goodman y Louis Armstrong, como una estrategia para aliviar los efectos de la llamada “Guerra Fría”, aunque este último renuncio a la designación por no estar de acuerdo con la política racista desarrollada en Arkansas.

El programa Overtures del Departamento de Estado utiliza el atractivo “universal”
Por Kim Thai – USA TODAY

Cuando el pianista Jonathan Lefcoski entró a un ensayo en un club para músicos en Bagdad, no sabía qué esperar. Ni siquiera sabía si los músicos iraquíes le darían una bienvenida – o si sabrían cómo tocar la música que hacía.
En cuestión de minutos, Lefcoski y un bajista iraquí estaban improvisando a lo largo del tema Caravan, el clásico del grande del jazz norteamericano, Duke Ellington. Mientras pulsaban las teclas del piano y rasgaban las cuerdas del contrabajo, Lefcoski dijo: “pronto se dieron cuenta que la música es ‘universal’”

El Departamento de Estado está viendo expandirse en ese sentimiento universal con Musical Overtures, el programa que llevó en abril a Lefcoski y su banda a Afganistán, Armenia, Iraq y Líbano. Aunque músicos norteamericanos han visitado, durante años, otros países en misiones de intercambio cultural, Musical Overtures es la primera en llevarlos dentro de la doble zona de guerra de Iraq y Afganistán, dice Alina Romanowsky, secretaria asistente encargada para intercambios culturales y profesionales del Departamento de Estado. El Departamento de Estado durante años, ha necesitado enviar tales delegaciones a ambos países, pero sólo recientemente ha sido lo suficientemente seguro, dice Romanowsky.

Esta clase de diplomacia cultural data desde la Guerra Fría, dice Dan Morgenstern, director del instituto de estudios sobre el jazz, en la universidad de Rutgers, en Nueva jersey. “La música fue considerada una buena arma cultural”, y el gobierno auspició a los músicos de jazz específicamente porque “el jazz fue una forma de arte internacionalmente conocida, admirada y respetada, identificada con los Estados Unidos,“ dice.
Enviar a músicos de jazz tales como Louis Armstrong y Dizzy Gillespie, fue uno de los pocos medios de penetrar la Cortina de Hierro, continúa Morgenstern.

Los desafíos para los embajadores musicales de Norteamérica son diferentes desde el 11/9 y la guerra de Iraq, aunque Alvin Atkinson –el cantante principal y baterista de los Sound Merchants, la banda en la que Lefcoski toca- dice que la buena disposición de los extranjeros hacia los Estados Unidos parece haberse incrementado desde que el presidente Obama asumió el cargo. En una gira de hace dos años, dice, un hombre en Jordán lo llamó “imperialista chupasangre” y le pidió que dejara el país. “Con nuestro nuevo presidente, existe la posibilidad de discutir temas,” dice Atkinson.

La financiación para la oficina del Departamento de Estado que maneja Musical Overtures y otros programas culturales se expandió bajo al administración Bush de US$ 900,000 a US$ 10 millones en el 2008. El presupuesto para el 2009 es US$ 8.5 millones. La Secretaria de estado Hilary Clinton ha manifestado la necesidad de los intercambios culturales como parte del énfasis de la administración Obama en el “poder inteligente”: usando medios no militares a fin de expandir la influencia norteamericana. Uno de los más vívidos recuerdos de Atkinson de Afganistán tuvo lugar en la ciudad de Mazar-e-Sharif, donde bailó en el escenario con Hassan Bismil, un cantante local famoso. Atkinson empezó a cantar y la multitud rápidamente creció de unas cuantas docenas a más de 300 personas. Los lugareños no sabían inglés, pero intentaban cantar junto a él, de todos modos, contó.


Carlos Alberto 16/05/2009

miércoles, mayo 06, 2009

Mucho Más que un teatro en Harlem


Por Ben Ratliff – The New York Times

“No hay nada como el público en el Apollo”, escribió Billie Holiday (con William Duffy) en la autobiografía “Lady Sings the Blues. “Estaban bien despiertos temprano en la mañana. No me preguntaban cuál era mi estilo, quién era, cómo había evolucionado, de dónde venía, quién influyó en mí, nada”.

Desde los años 30 hasta por lo menos los 60, el teatro Apollo fue una combinación de lugar de reunión de pueblo, programa de búsqueda de talento y La Scala (de Milán) para la música negra estadounidense. Celebró el impulso democrático y el aristocrático; era donde se podía ver a los comediantes hacer payasadas y a Duke Ellington tocar.

Desde mediados de los 70 no ha significado lo mismo que antes. Sigue siendo uno de los mejores teatros de Nueva York, con un sonido fabuloso y vista estupenda. Pero hay quienes lo recuerdan casi como un organismo viviente.

Varias cosas hacían especial al Apollo. Una era su ubicación, en una avenida importante en Harlem. El Apollo se fusionó con su entorno: el hotel Braddock y el bar, en la calle 126 y la Octava Avenida, donde los músicos tomaban y socializaban; la United House of Prayer for All People (iglesia cristiana) del otro lado de la acera en la calle 125, famosa por sus bandas de música religiosa y su cafetería de comida soul; y el callejón del teatro, que llegó a ser una especie de área tras bambalinas al aire libre.

El teatro tiene raíces y longevidad: desde el vodevil hasta el swing, bebop, doo-wop, rhythm and blues, rock ‘n’ roll, soul y funk. En sus décadas de apogeo, sus políticas de contratación eran una combinación cuidadosa de oportunismo y cultivo de talento, y su Noche de Aficionados transformó las carreras de algunos músicos importantes.
Sobre todo, estaba su audiencia

“No hay nada como el público en el Apollo”, escribió Billie Holiday (con William Duffy) en la autobiografía “Lady Sings the Blues. “Estaban bien despiertos temprano en la mañana. No me preguntaban cuál era mi estilo, quién era, cómo había evolucionado, de dónde venía, quién influyó en mí, nada”.

Anthony Gourdine, más conocido como Little Anthony, empezó a frecuentar el Apollo con su madre para ver las funciones de góspel a principios de los años 50, y tocó allí docenas de veces con su grupo vocal, The Imperials. “Los neoyorquinos son sofisticados y están en feroz sintonía con su ambiente”, dijo sobre la audiencia del Apollo. “Cuando se les metía en la cabeza que les habías gustado, realmente te lo hacían saber. Se volvían locos”.

En otras ciudades, habían teatros comparativamente famosos para artistas negros: el teatro Howard, en Washington, que era un poco más pequeño (unas 1,200 butacas en comparación con las 1,500 del Apollo) y el Regal, en Chicago, que era el doble de grande.

Pero Chicago era simplemente un pueblo grande”, dijo Roy Haynes, veterano baterista de jazz. “Era un público serio el de Harlem. La gente sabía qué esperar”.

Seguramente conocían la historia de Ella Fitzgerald, quien ganó el concurso de aficionados en 1934. Asimismo, deben haber sabido que Sarah Vaughan ganó en 1942, y pronto fue contratada por Earl Hines. Posteriormente, se enterarían de otros ganadores en la Noche de Aficionados: Dionne Warwick, Gloria Lynne, Gladys Knight, los Jackson Five y Luther Vandross.


El mito de la crueldad ocasional del público del Apollo no era una exageración. Haynes recordó una noche, a fines de los 40, cuando estaba con la banda de Lester Young. El guitarrista del grupo, de quien no revelará el nombre aún después de todos estos años, cantó el éxito de Nat King Cole “What’ll I Do?” Fue un fracaso total y el público lo hizo trizas.


Para mediados de los años 70, cuando las nuevas estrellas del pop de raza negra podían llenar arenas y salas más grandes, y rutinariamente lo hacían, los residentes de Harlem tuvieron menos necesidad del Apollo.



Carlos Alberto 06/05/2009